lunes, 20 de abril de 2009

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.

La tierra baldía, T.S.Eliot

sábado, 18 de abril de 2009

Abro el periódico por la sección de noticias locales. Un interesante artículo sobre escritores latinoamericanos que residen en Madrid. Inicialmente, miro sin prestar mucha atención la fotografía que ilustra el artículo. Al cabo de unos segundos de escrutarla, me doy cuenta de que en ella aparece un tipo que es, sin lugar a dudas, mi doble. En un primer momento no había caído en la cuenta del parecido aterrador, pero al cabo de unos segundos confirmo horrorizado que somos idénticos. Peor, mi doble es escritor, así que mi vocación (ya frustrada en primera instancia) ahora lo es de un modo abrumador (he estado a punto de escribir 'por motivo doble'), puesto que "él" se me ha adelantado.

El pedante haría una sesuda disertación sobre el motivo del doble en la literatura, desde Stevenson hasta Borges, pasando por Poe. Pero ninguno de ellos me salvará del horror de haber conocido la multiplicación, mi duplicación, mi rostro desfigurado por un espejo espectral.

domingo, 12 de abril de 2009

"El hombre acorralado se vuelve elocuente", George Steiner

viernes, 10 de abril de 2009

Al fondo a la derecha

La siguiente escena tiene lugar en una recia cafetería de la capital (no se especifica de qué país, así los espectadores harán libremente sus pronósticos, en función de sus antipatías regionales):

- Camarero (permanente cara de asco, mirada inquisitoria y fija en el extremo opuesto de la sala): Grñfu (en realidad no ha dicho nada, pero lo podemos interpretar como un 'Buenos días')

- Cliente (voz temblorosa): Un café con leche por favor

- Camarero (abandona le escena airado, antes de que terminemos la petición, sin anotar nada en su libreta)

En la siguiente escena, vemos al cliente tomando un par de tostas y un zumo de naranja. Una interpretación sin duda precipitada nos podría llevar a pensar que el camarero se equivocó. Nada más lejos de la realidad. El vanguardista gremio de camareros de la capital ha venido desarrollando en los últimos siglos una rara capacidad extrasensorial para adivinar, qué es lo que, EN REALIDAD, le gustaría tomar al ignorante comensal.

Ante tan imponente demostración de la selección natural, el cliente termina por claudicar, satisfecho de que hayan pensado por él, qué carajo, y aliviado de que, de momento, nadie le haya insultado.

Tras unos minutos dedicados a marear con una cucharilla el zumo de naranja, el cliente desespera en su intento por tratar de dar más de dos sorbos consecutivos. Pese a haber apartado la mosquita que felizmente aleteaba en la superficie del líquido, no ha podido vencer su miedo pánico a que un pelo ajeno baile toda la mañana por su esófago.

Escena final:

- Cliente: La cuenta por favor

- Camarero (permanente cara de asco, mirada inquisitoria y fija en el extremo opuesto de la sala, pero ahora con voz de tenor) : Quince con setenta

El cliente paga gustosamente, sale de la cafetería dando alegres saltitos de alegría, peor sería que le hubieran pegado, o lo hubieran secuestrado, o lo hubieron escupido o humillado ante el resto de clientes.

Así hasta la próxima vez, en la que sin duda procurará ser más amable, más receptivo, y admirar como verdaderamente merece la generosa disposición de tan noble gremio.
Paseo matinal y perezoso por la Casa de Campo. En medio del bosque descubrimos estos restos de la guerra civil, cabe recordar que la Casa de Campo fue un frente durante toda la contienda:



Restos de fortines y trincheras, todavía sin domesticar. Y, al cabo, mejor así: lejos de las melifluas declaraciones de recuperación de la memoria de unos, e igualmente a salvo de la voracidad especulativa de los otros. Mejor así, cruzando la línea del tiempo para estamparse en nuestras narices.

lunes, 6 de abril de 2009

El libro de los argumentos improbables (XII)

Promesas como serpientes en el aire en este espacio virtual del que se puede ir y venir, incluso encontrar, buscar siempre.

Escribir un libro protagonizado por un personaje estrictamente racional, cuyas motivaciones, juicios y razones se atengan minuciosamente al análisis presuntamente neutral y objetivo de los hechos -vagamente- observables. A lo largo del relato se pondrá de manifiesto que, su lógica implacable, le conduce inconscientemente hacia un final previsiblemente catastrófico. Al lector le repugnará su ideología, pero simpatizará con sus penosas andanzas.