domingo, 29 de agosto de 2010

Déjame que te hable en esta hora
de dolor con alegres
palabras. Ya se sabe
que el escorpión, la sanguijuela, el piojo,
curan a veces. Pero tú oye, déjame
decirte que, a pesar
de tanta vida deplorable, sí,
a pesar y aun ahora
que estamos en derrota, nunca en doma,
el dolor es la nube,
la alegría, el espacio,
el dolor es el huésped,
la alegría: la casa.
Que el dolor es la miel,
símbolo de la muerte, y la alegría
es agria, seca, nueva,
lo único que tiene
verdadero sentido.
Déjame que con vieja
sabiduría, diga:
a pesar, a pesar
de todos los pesares
y aunque sea muy dolorosa y aunque
sea a veces inmunda, siempre, siempre
la más honda verdad es la alegría.
La que de un río turbio
hace aguas limpias,
la que hace que te diga
estas palabras tan indignas ahora,
la que nos llega como
llega la noche y llega la mañana,
como llega a la orilla
la ola:
irremediablemente

Claudio Rodríguez

sábado, 21 de agosto de 2010

No había luna llena. En esa zona de la costa no suele haber mareas, el mar es una presencia dócil, domesticable. Teníamos alquilado un bungalow, o como quiera que se llamen esas chocitas prefabricadas en algún suburbio rumano, que ni se esfuerzan por parecer vagamente rústicas o marineras, dirías que las han robado de un decorado de película de serie B. Y todos empeñados en darle credibilidad a la escenografía, en una especie de pacto tácito, mostrando nuestras cañas de pescar en las ventanas, los cubos repletos de arena en cada porche. Nos gusta el artificio, en eso estamos de acuerdo.

“Tenemos que esperar a mi hermana. Me acaba de enviar un mensaje. Necesita darse un baño en la playa”. Tu hermana mustia, tu hermana apéndice, tu hermana adolescente, siempre buscando el tesoro con el mapa del revés.

La tarde caía, pero hubo un instante en que se detuvo. Tu hermana sumergiéndose, buceando y, al cabo de un rato, no podría precisar cuánto, desaparecer, sin un grito de socorro, ni un solo aullido de ahogo sofocado. Ni una sola pista. Todavía era de día creo recordar.

Primero un dolor intenso de cabeza. Tu mente se transforma en un punto. Un único punto infinitamente pequeño pero cargado de una energía nerviosa y oscura, mineral. Demasiado obvio. El mar, ella adolescente, su primer desencuentro amoroso. Demasiado tópico, asquerosamente tópico, la nena despechada, la hermana menor, desde pequeña volando a su aire, bajo tu amparo responsable. “Hoy necesito bañarme en el mar”, resonando en mi cabeza, no hay nadie alrededor, sólo un viejo a lo lejos, no puedes hablar con nadie, tu cabeza es un punto un punto un punto, un agujero mareante alrededor, las caras de sus padres, “la perdimos de vista por un rato”, hace frío y es de noche pero esto ya es literatura, en realidad no puedes darte cuenta, no sabes cuántas horas llevas buscándola en vano, las sirenas de la policía, el aire de irrealidad que nos sobrecoge e invade en cada tragedia.

Quisiera recordar tu cara cuándo, entre lágrimas, la vimos aparecer entre las olas, silbando y preguntando qué os apetece cenar, con una sonrisa apenas pícara, el agua está genial, pese a que hoy no hay luna llena.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Ayer entregué el último informe trimestral. Un testimonio más de nuestra irrelevancia.

martes, 17 de agosto de 2010

“No hay nada que pueda compararse con un rostro. Es una tierra que uno no se cansa jamás de explorar”. Carl Theodor Dreyer

Hace semanas que busco un inicio memorable para mi novela (la novela que nunca escribiré, pero que existirá, siempre inacabada y múltiple en mi imaginación, mutando verano tras verano). Todo esfuerzo es en vano.

¿Podemos conocer a alguien –conocerlo en profundidad-, mediante el estudio minucioso de su rostro? El rostro humano es una vasta fuente de información, nos constituye, pero, a decir verdad, es sólo una imagen parcial de nuestra proteica personalidad. Éste será el primer capítulo. Un soliloquio escrito por un tipo que intenta escrutar en la personalidad de los demás realizando únicamente un análisis pormenorizado de sus caras. Escenario: un vagón de metro. Personajes: un oficinista, un tipo de apariencia anodina, una mujer peruana.

En el segundo capítulo nuestro hombre descubrirá que siempre somos en relación a los otros. Siempre. Me explico: este enano que tiene sentado justo a su lado, en el mismo vagón de metro en el que lleva a cabo sus pesquisas etnográficas…sólo es un enano en relación al resto de humanos. Pero si estuviera solo, absolutamente solo en el mundo, cabría la posibilidad de que, en realidad, fuera un gigante. Esto nos lleva a un cierto relativismo. Terreno pantanoso donde los haya. Stop.

Ahora observa éste renacuajo: nada, parece que se retuerce, descansa, respira, curiosea, la cola es su timón. Ignora a Kennedy, la guerra fría, Bin Laden, la ensaladilla rusa, la canción del verano. Aunque, estrictamente, no es del todo ajeno a ellos. Observa ahora este sapo. Es enorme, la piel gruesa, apenas húmeda, camina con dificultad. Te observa resabiado, desde el balcón que le confiere toda su experiencia anfibia, cifrada en decenas de batallas por su supervivencia, el dolor, el miedo, el frío quizá.

Todo esto nos sitúa ante el peliagudo asunto de definir qué es la realidad. La realidad es todo lo que acontece. ¿La realidad es todo lo que acontece? ¿Pasado y futuro forman parte de la realidad? Nuestros sueños, anhelos, pesadillas ¿forman parte de la realidad?

En la Tierra no hay superficie más interesante que el rostro humano. Lichtenberg dixit.