miércoles, 2 de febrero de 2011

Que alguien me lo explique. De entrada, constato que nuestras intenciones duran siempre un poco más que nuestras vidas, nos sobreviven de algún modo. Nuestra memoria se cierne también sobre el porvenir, aunque tal vez no seamos conscientes de esa inercia.

Por otro lado, resulta imposible contar lo acontecido (en el sentido de “rendir cuentas”). Con suerte, podemos recrear lo sucedido, pero siempre de forma parcial, incompleta, sesgada.

Por último, me rebelo ante la afirmación tan manida, especialmente entre la parroquia local, de que las palabras se las lleva el viento. Al fin y al cabo, ¿qué nos queda de Dante, de Shakespeare, de Cervantes si no palabras? Nada o muy poco sabemos de sus vidas, todo está en esas narraciones afortunadas.