martes, 13 de enero de 2009

Fatiga (y mucho) dar la vara sobre el ruido que nos asola, sobre la pertinaz mediocridad que nos rodea, o sobre la inveterada estrechez de miras de nuestros gerifaltes. Por si fuera poco, la sombra del poder es alargada, por lo que nunca faltará el paniaguado de turno que nos recuerde que nosotros también somos producto de dicho paisaje o, lo que es peor, que ratifique con total gratuidad que el sentimiento que nos motiva es una mezcla indisimulada de envidia y amargura. Con idéntica furia nos acechará el optimista panglossiano, íntimamente convencido de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y que nunca podremos cambiar nada. Pero qué le vamos a hacer, a pesar de todo uno camina, como el poeta, sin esperanza, con convencimiento.


En medio de tan desolador paisaje, una exposición estimulante: ‘La Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en la Segunda República. Arquitectura y Universidad durante los años 30’ (Centro Conde Duque). Una muy documentada muestra sobre el proyecto de reforma educativa, que nos podría haber situado en la vanguardia de la enseñanza y la investigación en Europa. Todos sabemos cómo terminó, pero es pertinente recordarlo hoy, sin nostalgia, con la mirada puesta en el porvenir.