sábado, 25 de octubre de 2008

Plaza del 2 de mayo, glorieta de Quevedo. En Madrid, los sábados por la mañana no tienen entidad por sí mismos. En realidad, se podría decir que las mañanas de los sábados son un apéndice de las noches de los viernes, más poderosas éstas últimas, alargando su oscura sombra resacosa hasta el mediodía del día siguiente, en el que la ciudad parece un tímido fantasma, con sus procelosos silencios y las latas de cerveza vacías todavía en medio del asfalto. Olor a lejía y un silencio que nos acerca el rumor de las batallas que ya se han librado.


En cambio las plazas cumplen con todos los tópicos imaginables. Con sus terrazas tópicas y sus niños tópicos. Con sus glorietas tópicas y sus abuelas y sus perros tópicos. Pero basta ya de tópicos. ¡Acabemos con todas las plazas! ¡Huyamos de nuestro destino! Detengámonos por fin en este destello de libertad.