viernes, 18 de julio de 2008

Lo sé. Desaparecerán los últimos,
sus barcas
demasiados pesadas envejecen,
y esta vez para siempre, en la dorada
hoz de arena finísima
que ahora
pueblan de parasoles los bañistas.
Las bellas herramientas,
los instrumentos de la mar, más nobles
según los muerde el tiempo,
se arruinan en el patio de la casa alquilada
por piezas, que las lunas
adversas ya no cercan como antes.
Y cada vez son menos
los mástiles y menos
marineros los hombres que se embarcan.
Implacable,
crece aprisa un suburbio
de hoteles y terrazas donde estaba
la silla del recuerdo...
Ya no veo
desde el jardín la loma en que el velero
plantaba sus mojones, ni el ruinoso
toldo del calafate sobre remos
grises y con avispas, sino muros
orgullosos y henchidos de ventanas.

Carlos Barral