jueves, 21 de abril de 2011

La ciudad indefinida

Llegamos a Lisboa en vísperas del 25 de abril, fecha en la que se conmemora la revolución de los claveles de 1974. “Otra vez vuelvo a verte, Lisboa y Tajo y todo”.



Llueve, y los diarios sólo hablan de la crisis económica que sufre el país, como si de una redundancia se tratara.

Alguien te llamó la ciudad blanca, pero en realidad pareces más la ciudad dorada, la ciudad plateada. La ciudad permanentemente indefinida: entre el río y el océano, entre el llano y las colinas, entre Europa y África, entre el pasado y el porvenir, entre dulces y alcoholes, entre la alegría y la tristeza.

Ciudad anclada que navega.

No os creáis a los que os digan que es una ciudad decadente, es sólo que los años gastaron los perfiles de su alma, perdida entre memorias fingidas y ruinas imaginarias.

Lo pienso desde la terraza del bar Entretanto, desde aquí contemplamos el barrio del Chiado. La luz última suaviza las aristas de los tejados.




Esta mañana hemos estado la última casa que habitó Fernando Pessoa. Leemos las primeras líneas de su poema Tabacaria:

Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.

Por eso escribo en este catálogo incierto. Por que infelizmente no soy capaz de escribir con una rutina diaria, sistemática. Extraña forma de vida. O tal vez no tanto. Hoy prefiero la radicalidad liviana de Cecília Meireles:

Às vezes abro a janela e encontro o jasmineiro em flor.
Outras vezes encontro nuvens espessas.
Avisto crianças que vão para a escola.
Pardais que pulam pelo muro. Gatos que abrem e fecham os olhos, sonhando com pardais.
Borboletas brancas, duas a duas,
como refletidas no espelho do ar.

Como Lisboa, indefinida, sin ansiedad por conocer su destino, si es que éste existe.