lunes, 3 de enero de 2011

En el bosque, todavía es de noche. Oigo ruidos que, lejos de tranquilizarme, me atemorizan. Como por ejemplo este pino, crujiendo. O lo que parecen ser unos aullidos invocando un viejo mandato (hay zorros en este monte, se esconden entre los matojos bajos y espesos).



El camino está embarrado tras la lluvia de ayer. Ahora cruzo un arroyo brevísimo, las aguas discurren quietas por su cauce, como si de un jarabe se tratara. Amanece, son casi las nueve de la mañana. Por momentos siento que estoy huyendo, ignoro de quién o de qué. Como si a través de la niebla hubiera cruzado una frontera, y estuviera en otro tiempo y en otra comarca. En el confín del invierno la vida disimula cada brote y sus designios.