sábado, 25 de julio de 2009

En la Casa del Libro, el orden alfabético ha unido a Joyce con Kafka, mientras dos estanterías más arriba, se publicita lo que presumo debe ser un nuevo escritor: Jenofante.

Afuera, en la terraza del Comercial, aspirantes a escritores, de provincias, guardan en carpetas gastadas su primera novela. Tienen todos un aire grave, benetiano, la mirada herida. Estos ancianos treintañeros persisten ingenuamente en la tradición inveterada de los desviados, de los que aspiran a salvar el mundo e invertir el curso de la vida, siempre mucho más vieja y más sabia.