lunes, 28 de julio de 2008

5 de la tarde de un 29 de julio sofocante. Visito un polígono industrial a las afueras de la ciudad. Sospecho que el infierno no debe andar muy lejos de aquí.

Estoy en un no-lugar, que diría el sociólogo con pedantería...un espacio urbano indefinido, atravesado por carreteras secundarias y autopistas, salpicado por descampados polvorientos, en el que se mezclan sin solución de continuidad, fábricas con casas de finales del XIX, con gasolineras, con centros comerciales, y así hasta el infinito para configurar un paisaje sin contexto.

Creo que desfallezco por el calor.

Es interesante comprobar como todo polígono genera también sus arquetipos humanos. Descubro que hay también un silencio de polígono: algo así como un bajo contínuo sofocado, compuesto por el ruido de los platos en los comedores de los que almuerzan rezagados, por el trasiego de camiones cargados de cemento, por una especie de silbido industrial cuyo origen no puedo descifrar.

No hay referentes, no hay raíz, todo sucede en un presente infinito y superficial, que tiende a replegarse sobre sí mismo, impermeable.

Intento en vano capturar una sombra, un rastro...pero harían falta años para desenmarañar un rincón tan opaco